EL PEQUEÑO GIGANTE


Dedicado al espíritu que dentro de cada uno de nosotros evoluciona, y que a veces, por diversas circunstancias; se revoluciona.


(La vida de Manuelito Maldonado Lovo)

miércoles, 15 de septiembre de 2010

RIESGOS DE COLABORAR CON LA REVOLUCIÓN 2.

– ¿Quiere una taza de café? –le preguntó el coronel, extremadamente amable comparado con el trato del otro hombre.
Ella recordaba las enseñanzas de su marido, y se dijo a sí misma: Ahora toca el interrogatorio educado.
– No gracias.
– Usted está aquí porque unos nicaragüenses estaban alojados en su casa. ¿Qué me puede decir usted de eso?
– Ellos han venido a buscar trabajo, y mi marido les dio alojamiento. Los conocía de cuando trabajó en Nicaragua y ellos le ayudaron de la misma forma.
El interrogatorio continuó en forma suave, para que ella confiara y contase la verdad. Elida se mantuvo en su alegación, evitando a su mente descentrarse y salirse de lo dicho. El coronel, cuando se dio por satisfecho decidió concluir el interrogatorio.
– Puede irse, pero dígale a su marido que esos que albergó son bandoleros. Que no vuelva a meter en su casa a personas de ese tipo. Infórmense bien sobre las actividades de quienes los visitan.
Doña Elida se incorporó, pero antes que diese un paso, el coronel le hizo la última pregunta.
– Por cierto… ¿dónde está el mimeógrafo?
Doña Elida se sorprendió. Alguien les había informado sobre el aparato.
– En casa de unas vecinas –contestó diciendo la verdad.
– Haga usted el favor de llamarlas y decirles que van a pasar a recogerlo.
Así hizo doña Elida, que se vio retenida nuevamente.
Unos policías llegaron con el aparato y se lo entregaron al coronel, que comenzó a observarlo detenidamente. Era una pequeña estructura artesanal hecha con reglas de madera y cuerdas, usada para imprimir copias en forma casera. En pocos instantes la cara del coronel fue cambiando hasta verse muy enojado. Finalmente se dirigió a quienes les habían traído el mimeógrafo.
– ¡Hijos de puta…! ¿Todo este jaleo que hemos montado es por esta mierda, que cualquier niño puede fabricar?... ¡Traigan al preso ya! –les gritó con una mirada cargada de odio.
Los guardias trajeron a Pablo Velásquez, que llegó muy sucio, maloliente y sin fuerzas por desnutrición severa.
– Ya se pueden ir –dirigiéndose a doña Elida y Pablo–. Y dejen esta mierda aquí –refiriéndose al mimeógrafo. El cual siguió mirando, intentando descubrirle algún secreto que justificase todas las molestias que le había causado.
Por la intervención del hermano de Pablo, Jonathan, Adrián, y Tirado fueron deportados de Honduras y dejados en manos de las autoridades nicaragüenses como simples indocumentados. Fueron llevados a Somoto, donde los retendrían hasta que pagasen una multa. Roberto Vilchez y Salomón Espinoza reunieron el dinero y pagaron las cantidades exigidas para que fuesen liberados: Cuando salieron de la cárcel, los tres desaparecieron de la vida pública, pues sabían que en poco tiempo la Guardia descubriría quienes eran realmente aquellos que habían puesto en libertad. Y efectivamente, a la semana siguiente, la GN montó fuertes operativos en la zona norte para dar con ellos.
Cuando Pablo y su mujer llegaron a su casa en Choluteca, vieron que había sido registrada, estaba todo revuelto por los suelos, con los muebles del revés. Pablo sabía que su casa estaba quemada, que ya no podía usarse para alojar guerrilleros y comenzó a organizar otros sitios que funcionasen como casas de seguridad.
El trabajo de Pablo, en su responsabilidad de asegurar a las personas que de él dependían, le llevó a situaciones, que si bien no lo llevaron a prisión, pudieron tener consecuencias nefastas. En cierta ocasión le encargaron cuidar a cierto cuadro –dirigente– del FSLN, que siendo joven aún, no veía las posibles consecuencias de sus actos: Si a usted le pasa algo, a mi me pasan las cuentas… no estamos jugando… le dijo Pablo a quien había dejado la casa donde le había alojado, para colarse en la piscina de un hotel hondureño: Perdona… tenía calor… ya no volverá a ocurrir… le dijo el joven reconociendo su descuido.

En su colaboración, Pablo Velásquez ayudó y cuidó a muchas personas que necesitaban ocultarse en Honduras por sus actividades revolucionarias Sandinistas. Eduardo Contreras, Tomas Borges, Germán Pomares, Ricardo Morales y muchos otros fueron atendidos por él. Algunos llegaron heridos como Adrián Gutiérrez, otros transportaban armas o dinamita. En la madrugada se producían los traslados de personas por la frontera. Tino solía llegar con Miguel Zeledón por la parte Nicaragüense, por la Hondureña, Pablo solía ir acompañado de su mujer, así evitaba las sospechas que produciría un hombre solitario por el monte.
Miguel Zeledón era zapatero y colaboró estrechamente con El Profesor Salinas. A fechas de 2008 trabaja para el cuerpo de bomberos de Somoto.
Pablo Velásquez también ayudó al FSLN falsificando pasaportes hondureños, que por entonces se vendían en blanco para ser rellenados posteriormente. Él los rellenaba con las firmas y los sellos correspondientes: Santos López y Carlos Fonseca fueron a Cuba con pasaportes hechos por Pablo Velásquez.

Pablo y su mujer no volverían a Nicaragua hasta el triunfo de la revolución en 1979, cuando por orden del gobierno Hondureño, se perseguiría a todo aquel implicado en la lucha revolucionaria del país vecino. Regalando todo lo que tenían, marcharon a Somoto en un camión lleno de personas, sabiendo que nunca volverían a Honduras. Pablo fue nombrado delegado de inmigración y trabajó en las fronteras. Murió disparándose accidentalmente con su fusil. La primera investigación pretendía cerrarse con el dictamen de suicidio, por lo aparente de la escena, pero su esposa, considerando otras causas llevó el caso a una investigación exhaustiva, para dar como resultado: Muerte accidental. Pablo tomó vacaciones y celebró con guaro, lo que produjo el descuido fatal, pues tenía costumbre de llevar el fusil bala en boca; que disparaba con sólo apretar el gatillo.
(Del libro EL PEQUEÑO GIGANTE. La vida de Manuelito Maldonado Lovo. Autor:Isaac Fernández de la Villa.)

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