EL PEQUEÑO GIGANTE


Dedicado al espíritu que dentro de cada uno de nosotros evoluciona, y que a veces, por diversas circunstancias; se revoluciona.


(La vida de Manuelito Maldonado Lovo)

miércoles, 24 de marzo de 2010

¿SABEMOS REALMENTE CUALES SON LAS CAUSAS DE NUESTROS MALES?...

"¡EL NIÑO DIOS NO ME TRAJO NADA!…Y LE ESCRIBÍ LA CARTA COMO ME DIJISTE… Reprochaba Manuelito a su abuelita cuando regresó a casa, mientras contenía esa energía de desesperación impotente, que nace al toparnos con crueles realidades... El tiempo le enseñaría que el niño Dios no tenía la culpa, sino la pobreza: ¿Hasta donde es el ser humano capaz de encontrar causas observando sus efectos?...

Estando en tercer grado de primaria, Manuelito Maldonado enfermó de poliomielitis; una peligrosa enfermedad infecciosa conocida comúnmente como Polio. El virus que la causa entra al cuerpo por vía digestiva y se extiende por los nervios. La rigidez cervical es una de sus consecuencias, y en Manuelito provocó la curvatura de su columna vertebral hasta darle el aspecto de jorobado; sin permitirle crecer más de metro cincuenta. Tras 4 años de lucha contra la enfermedad, Manuelito quedó discapacitado físicamente de por vida. No volvería a jugar al béisbol. Ni corrió más por el río. Ni brincó por los montes con sus amigos en busca de animales. Su madre lo quitó de la escuela por la fuerte crisis que le produjo la enfermedad, y una vez recuperado no lo volvió a mandar por miedo a que lo lastimasen, y a la cruel mofa de los niños hacia los que parecen distintos a ellos. Manuelito comenzó a trabajar lustrando zapatos en el parque, vendiendo pan, ayudando a mercaderes en sus transportes y ventas de mercancías. Viajó con su madre y hermanos a Chinandega, San Juan del Río Coco y Telpaneca, para los cortes de café y algodón.
En ocasiones, con su hermano José Santos salía a vender fuera de Somoto, llevando dulce partido –dulces hechos del jugo de la caña de azúcar– a cinco centavos de córdoba el pedazo y café molido a diez centavos la medida. En las comunidades que no tenían dinero para pagarles hacían trueque, cambiaban lo que llevaban por huevos o pollos. Lo importante era que nadie en la familia pasase hambre, había que ingeniárselas para ello, y sin salirse de unas estrictas normas morales, dadas por Ester y resumidas en: Trabajar honestamente y en estrecha colaboración familiar." (EL PEQUEÑO GIGANTE, La vida de Manuelito Maldonado Lovo)

jueves, 18 de marzo de 2010

LA REALIDAD SE PRESENTA CUANDO QUEREMOS RECONOCERLA

"Los hijos de Ester fueron creciendo y tres aprendieron albañilería. El mayor aprendió el oficio con Salvador, antes que muriese, y con doce años, Luís Maldonado era albañil y cabeza de familia.

La niñez y adolescencia de Manuelito, aunque dura en trabajo y sacrificio, le proporcionaba esa sensación de felicidad, que nace cuando la familia trabaja unida para el bien de todos sus miembros. Pero aquella unidad familiar, no le evitaría sufrir las consecuencias de la pobreza, con sus crueles manifestaciones físicas y psicológicas… ¿Qué niño no ha deseado el juguete de su vecino?...
Hay que escribir una carta al niño Dios, que es quien trae todos los regalos, decía la abuela en vísperas de navidad. Y cuando Manuelito aprendió a escribir, anotó en su carta al niño Dios, todos sus anhelos personales materializados en coloridos juguetes y que en sus ilusiones, lo trasportaban a mundos lejanos, allá, cerca del paraíso que tanto nombraba su abuelita. Pero cuando se despertó el veinticinco de diciembre, la carta que escribió al niño Dios seguía bajo su humilde almohada; donde la había dejado el día anterior. Sin hallar regalo cerca, buscó y buscó por el cuarto, revisó todos los rincones de la casa, y frustrado, finalmente salió a la calle. Allí vio los llamativos coches de plástico de sus vecinos ricos. Los coches que él podía tener, eran los hechos con viejas latas de sardinas, o los que tallaba su hermano mayor sobre tacos de madera. Comenzando a llorar huyó desconsoladamente de su casa. En rechazo a la injusticia manifiesta de un mundo, donde las respuestas culturales nos alejan de las realidades lógicas, para plantearse las grandes preguntas con respuestas insondables. Porque no tenemos una educación que nos lleva a comprender trascendentalmente nuestros sufrimientos, y los asuntos humanos de convivencia más básicos, se camuflaron bajo crueldades inciertas de injustos dioses; mientras la razón nos dice, que un buen padre nunca disfrutará viendo sufrir a sus hijos… "
(EL PEQUEÑO GIGANTE. La vida de Manuelito Maldonado Lovo).

viernes, 12 de marzo de 2010

NOS EDUCARON PARA DERROCHAR Y NO VALORAR LAS COSAS.

En pleno siglo veintiuno y mentes programadas para el consumo y codicia, nos olvidamos que no hace tanto tiempo, muchos de nuestros familiares no tubieron las comodidades que nosotros: Pero esto nos importa poco porque también nos programaron para no reflexionar, sino para obtener y lograr cosas a cualquier precio... Y por eso menos nos importa que mientras nosotros tenemos de todo, millones siguen sin tener nada.

"Manuelito Maldonado Lovo nació el 10 de junio de 1941, en Somoto, departamento de Madriz, localidad nicaragüense situada al noroeste del país, que contaba entonces con algunas pocas calles de tierra... La casa familiar estaba hecha de taquezal; paredes con varas de madera forradas con un embarrado terroso. Tenía tres pequeñas habitaciones, siendo una a su vez cocina y recibidor. El suelo era de tierra y las paredes del mismo color que el barro seco. El techo lo formaba un entramado de tejas de barro cocido soportado por vigas y listones de madera.
Salvador Lovo Ponce se llamaba el padre, albañil, falleció dejando a su último hijo con ocho meses de vida; en Somoto aun no había hospital. Manuelito Maldonado tenía cinco años cuando esto sucedió. La pobreza se hizo extrema para toda su familia, y la nutrición matutina la daba una taza de café aguado con un poco de azúcar; y a veces, se podía acompañar con una rosquilla de maíz. Con siete hijos que mantener, Ester Maldonado se dedicó a panificar; construyó un horno de leña con mucho sacrificio y hacía pan para vender. Manuelito llegaba de la escuela y a veces, no encontrando que comer, salía a la calle con su caja de lustrar zapatos, para obtener algo de dinero y comprar comida.
Los hijos de Ester no solían terminar los cursos escolares, pues con la temporada de recolección de café o algodón, dejaban la escuela para marcharse con su madre a trabajar. Cuando no era temporada de corte, Manuelito y sus hermanos trabajaban donde podían para llevar sustento al hogar: Una lustrada de zapatos de mujer costaba quince centavos, y la de varón veinticinco centavos de córdoba –moneda nicaragüense–. Lo ganado era para comprar azúcar, café, frijoles, arroz,..., y la imprescindible en la comida nicaragüense, tortilla –torta de maíz de unos veinte cm. de diámetro, que sustituye al pan de los países europeos y asiáticos–.
Manuelito y sus hermanos no conocían los zapatos, pero muy bien los piojos y pulgas de los chanchos –cerdos–, que les provocaban en las piernas y pies, erupciones parecidas a quistes de triquinosis.
El agua, elemento imprescindible para la vida, debía ser traída diariamente desde el río Musunce, que en esa época corría paralelo al pueblo, siendo hoy un río agonizante por la despiadada intervención humana. Aún no había luz eléctrica, sino candiles de aceite o diesel; hechos de latas con mechones de fibras vegetales". (EL PEQUEÑO GIGANTE. La vida de Manuelito Maldonado Lovo).
Reflexionemos y mejoremos el mundo.

miércoles, 3 de marzo de 2010

NOS EDUCARON HACIA LO MUERTO.

"De esta forma, Manuelito empezó a comprender que la vida no sólo es lo que otros nos dicen, que existen puntos de vistas ocultos a nuestros ojos por diversos motivos; por conveniencia de otros, porque no queremos ver de otra manera, o porque nadie abre nuestra contaminada mente a causa de educaciones opresoras.

Por un lado decimos que Dios es justo y todo amor, y por otro, seguimos echándole la culpa de nuestras desgracias, dándole cualidades de ogro despiadado que se complace jugando con nuestros sufrimientos… Por sus frutos los conoceréis, dijo Jesús… Si Dios es justo y amoroso, toda interpretación de sus actos como maldad, nunca podrán ser parte de la intención Divina… Si vemos que existe maldad, sólo queda como responsable la maldad del hombre en su libertad de hacer y crear en bien o mal. Responsabilizando a Dios o a causas ajenas a nosotros sobre lo que nos ocurre, nos sentimos cómodos, logrando la falsa resignación que nos dice; no podemos cambiar nuestros malos hábitos. Actuando así, es cuando realmente estamos muertos, porque dejamos de trabajar para la evolución natural, motor principal de la existencia. Porque nos es más fácil dedicarnos a enterrar lo muerto que luchar por lo vivo:
Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre;
pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos.
(San Mateo 8:21,22)"
(EL PEQUEÑO GIGANTE. La vidad de Manuelito Maldonado Lovo)